lunes, 6 de diciembre de 2010

La psicología en Guatemala hoy

La psicología en Guatemala hoy

Marcelo Colussi y Pedro Romero

Alguna vez se le preguntó a un kaibil cómo hacían cuando llovía en la montaña, si no pasaban frío ahí. La respuesta tajante fue: “¡un comando nunca siente frío!”. Ello lleva a preguntarnos: ¿cómo se logra que un ser humano pueda llegar a decir eso? No sentir frío en esas condiciones no es muy natural, por cierto, dado que la gente “normal” siente frío cuando se moja, más aún si anda caminando a la intemperie y de madrugada. Poder hacer esa afirmación con tamaño convencimiento implica un gran trabajo psicológico detrás; un profundo trabajo de aprestamiento, de preparación. Ese temple no se obtiene sólo con un sermón moralista; conlleva técnicas de abordaje psicológico muy precisas, muy finamente elaboradas, certeras. ¿Eso es lo que debe hacer un psicólogo?

Así como también es un abordaje muy preciso, fino y bien elaborado el que utiliza la publicidad para promocionar y vender. “Lo que hace grande a este país [Estados Unidos] es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda”, manifestó un psicólogo publicitario de la agencia estadounidense BBDO, una de las más grandes compañías del mundo dedicadas al mercadeo. ¿Ese es el trabajo de un profesional de la Psicología: ayudar a inventar necesidades para vender productos? ¿Descubrir, por ejemplo, que los colores que más “venden” son el rojo, el amarillo y el blanco, y consecuentemente hacerlos aparecer en los logos de todos los productos de mayor presencia en los mercados internacionales? (pensemos un momento en algunas marcas famosas y lo constataremos).

Claro que un psicólogo no hace sólo eso: también puede… ¿hacer tests de inteligencia? Sí, sí: tests (dicho en inglés, por cierto), porque en Guatemala, aunque alguien no lo quiera creer, aún se hace eso, remedando la frenología decimonónica, solidaria en cierta forma de la idea de “criminal nato” del italiano Cesare Lombroso. Alguien dirá que cómo es posible que hoy, entrado ya el siglo XXI, se continúe con esas prácticas. Bueno…, la pregunta está abierta: ¿cómo es posible? Ello, por cierto, lleva a revisar cómo se hace Psicología en el país: la idea de “inteligencia” y la posibilidad de medirla, hace décadas que fue desechada, porque no agrega nada de nada y, por el contrario, sólo está al servicio de estigmatizar a los “poco” inteligentes. Una visión más rica del asunto debe hacer uso de otro tipo de conceptos. ¿Acaso alcanza conocer el “cociente intelectual” para poder adentrarse en la estructura íntima de un sujeto y actuar sobre ella? ¿Es por poca o mucha inteligencia que actuamos como actuamos? ¿No es necesario manejar referentes conceptuales más críticos, más profundos, como el de inconsciente, deseo, pulsión, lengua y habla, símbolo, dinámica de grupos, etc., etc., para abordar lo humano?

Pero, ¿qué debe hacer entonces un psicólogo? ¿“Hacer consciente lo inconsciente venciendo las resistencias”?, como diría Freud. O ¿permitir que el inconsciente hable, escuchar el inconsciente?, para decirlo en clave de psicoanálisis francés, lacaniano sin dudas. ¿Ayudar a organizar las comunidades para la participación-representación “democrática” en los procesos de desarrollo rural integral? ¿Devolver el espíritu crítico y auto-crítico a los profesionales de la Salud y científicos sociales? ¿Seleccionar el personal más idóneo para las empresas privadas? ¿Liberar la creatividad de la población para recuperar el sentido del ocio y la recreación, que tanta falta hacen en nuestra violentada sociedad? ¿Ayudar a la psiquiatría a poner orden en el desorden de la vida? ¿Reeducar? ¿Ayudar a preguntarse cosas? ¿Re-significar o darle un nuevo sentido a las experiencias dolorosas como sucede con los sobrevivientes de violencia política o desastres? ¿Dar consejos? (por cierto, hay una maestría en “counselling” psicológico en alguna de las tantas universidades privadas que hoy abundan en el país). ¿Valen los consultorios sentimentales? ¿Están habilitados los psicólogos para hacer sexología? ¿Deben hacerla, o deben formular su crítica?

El abanico de posibilidades es complejo, lo decíamos. Pero al menos está claro (bueno… eso esperamos) que no se dedican a hacer lobotomías y ni a prescribir chalecos de fuerza. Aunque también se puede hacer eso, metafóricamente hablando. Y quizá, si no hay espíritu crítico, se lo puede estar haciendo sin saberlo. Los hiper utilizados conceptos de “autoestima”, “resiliencia”, “tolerancia”, ¿no pueden hacer parte de ese “chaleco” quizá? “Si la intolerancia es mala, la tolerancia puede no ser mucho mejor. Siempre tiene una connotación de benevolencia, de generosidad regalada y graciosa por parte de uno al otro. Yo prefiero el convencimiento de que hay que respetar a los demás y la sabiduría de que nadie es más ni menos”, decía el escritor portugués José Saramago. Vale la pena leerlo atentamente, puesto que nadie lo sabe todo, y todos sabemos algo.

El campo de intervención de la Psicología como disciplina científica es amplio. Quizá demasiado amplio. Bajo él caen las más diversas, y a veces contradictorias, prácticas. El concepto de resiliencia, por ejemplo, viene de la metalurgia. ¿Es necesario ese préstamo en términos epistemológicos? ¿O habla ello de una orfandad conceptual que se puede llenar con cualquier cosa? ¿No falta tal vez un poco de mayor rigor teórico que sustente la práctica? Quizá podemos aprovechar toda la experiencia práctica desarrollada por años para construir modelos teóricos desde la Psicología guatemalteca, aplicables al contexto nacional-regional; ello requeriría mayor interés académico por la investigación seria desde las diversas visiones y campos de la Psicología al servicio de la población.

A veces, incluso, se da un malentendido entre lo que es la especificidad de la práctica propiamente dicha y el perfil de quien la practica. Así pasa, por ejemplo, con el psicoanálisis, que a decir verdad no goza de la mejor de las reputaciones en el colectivo de los psicólogos. Es prejuicio bastante extendido identificar sin más psicoanálisis con práctica privada “cara”, en buena medida patrimonio de los de la “Marro”, y para sectores acomodados. Por supuesto: no es así. Como aparato conceptual y como técnica de intervención, es un cuerpo que posibilita trabajar, y punto. Que se haga en una clínica privada de zona 14 cobrando en dólares, en un hospital público, en una aldea con población maya o arriba de un tren como el “caso Signorelli” que nos presenta Freud en “Psicopatología de la vida cotidiana”, es fortuito. Lo que decide la suerte social de las intervenciones no es el instrumental teórico-práctico en juego sino la posición político-ideológica de quienes brindan el servicio, el proyecto en que se inscriben.

En la práctica psicológica llevada a cabo en Guatemala hoy encontramos de todo un poco, quizá sin mayor sistematización; a veces se pone en un cierto pie de igualdad una técnica de abordaje psicoterapéutico de raigambre, por ejemplo, estadounidense (pensemos en la terapia familiar sistémica), con las intervenciones de un guía espiritual maya. Ambas pueden servir a quien presenta un problema “de nervios”, de “susto”. Está claro que no son lo mismo, aunque ambas operaciones pueden servir para restituir un equilibrio emocional dañado. Pero lo que diferencia a una cosa de otra es el proyecto en juego (proyecto en el sentido de expresión integral: socio-político, ideológico, cultural).

Si un psicólogo debe decidirse por la clínica privada, por el trabajo comunitario, por la psicología de la publicidad o por la preparación de comandos kaibiles no es tanto una cuestión teórico-conceptual atinente a la Psicología misma en tanto ciencia, sino su posición político-ideológica como sujeto histórico de carne y hueso.

Eso, en definitiva, es algo más que un tema académico: es parte del proyecto vital de cada trabajador psicólogo. ¿Para qué se trabaja como profesional ejerciendo una práctica que tiene un cuerpo conceptual que la sostiene y que se aprendió en la Academia: para ganar dinero, para aportar a un proyecto de nación, para transformar la realidad social dada, por diversión y pasatiempo?

La respuesta a ello en parte viene dada por la formación profesional que ese trabajador especializado recibió en sus años de estudiante. Aunque no sólo la universidad lo determina, claro está. El perfil ideológico-político se va conformando a través del tiempo, desde la cuna, pasando por toda la larga y siempre compleja socialización que transforma al bebé en un adulto adaptado a su medio y funcional para el mismo, hasta llegar a la casa de estudios superiores. La universidad, en todo caso, confirma ese perfil que se fue formando a través de los años de niñez y juventud. O, a veces, puede abrir cuestionamientos críticos.

Por distintos motivos de nuestra ajetreada historia (no sólo en Guatemala sino que esto es una matriz similar a toda Latinoamérica) las universidades públicas que años atrás tenían un fuerte componente de pensamiento crítico, de búsqueda de alternativas, hoy día cambiaron mucho y dejaron de ser ese foco de reflexión contestataria. Este fue, en definitiva, el objetivo de los gobiernos autoritarios y represivos. En realidad hay que aclarar rápidamente que nunca las universidades públicas latinoamericanas dejaron de ser funcionales al Estado del que formaban parte, pero sí tuvieron –en la década de los 70 del siglo pasado más que nunca– un espíritu rebelde, pro-insurgente, revolucionario si se quiere. Espíritu que hoy, tras los procesos de derechización política que se sufrieron en todo el continente y con planes de ajuste estructural profundos, ha desaparecido casi por completo. O, en todo caso, se encuentra en procesos de cambio, con bajo perfil, resistiendo al neoliberalismo en forma silenciosa.

El panorama de las casas de estudio superior en Guatemala es bastante problemático: un país que tiene aún alrededor del 25% de su población analfabeta presenta casi una docena de universidades privadas, junto a la pública. Ello podría hacer pensar (ilusamente) que la educación universitaria se expandió en forma fabulosa; pero no. La población universitaria del país no supera el 2% del total, por lo que, lo que vemos, es una proliferación –esa sí es fabulosa– de negocios donde la mercadería vendida es la “formación de nivel superior” (muchas de ellas perfectamente podrían considerarse “colegitos de barrio”). Pero ello no significa necesariamente alto nivel; significa, en todo caso, que es buen negocio. No más. Es por esto que muchas veces los alumnos ganan con promedios altos, pues pagan por sus clases (“¿el cliente siempre tiene la razón?”).

La universidad pública quedó severamente golpeada luego de estas últimas décadas (a fines del pasado siglo) de represión política y planes neoliberales de achicamiento del Estado. Se derechizó, se tornó más conservadora, se llenó de mediocridad (algunos van más lejos y dicen que de mafias). En vez de ser cada vez más una caja de resonancia de los problemas nacionales, pasó a ser un botín para repartir para muchos académicos, más cerca del perfil de funcionario burocrático o de politiquero en busca de “huesos” que de docente-investigador con actitud crítica y radical.

En lo tocante a Psicología, ¿por qué habría de ser distinta la situación en esa unidad específica a lo que pasa en todo el contexto universitario público? Por ello hoy un psicólogo criterioso como Mariano González puede decir, no sin sarcasmo: “¿Es mucho pedir que la dirección de la Escuela de Psicología [de la USAC] sea ocupada por un psicólogo que sepa de psicología? Es decir, que tenga una cultura psicológica importante y que a partir de allí, sea capaz de impulsar un proyecto de mejora en la calidad educativa”. ¿Cómo entender la interminable elección de autoridades que está teniendo lugar en estos momentos en la Escuela de Ciencias Psicológicas de la San Carlos, con impugnaciones, marchas y contramarchas, si no es porque un proyecto conservador se resiste a todo tipo de cambio?

Sin dudas hoy los psicólogos son, mayoritariamente, trabajadores con capacitación universitaria (85 % salidos de la pública) que se dedican a tratar de vivir lo mejor posible, como clase media, con la venta de su servicio (precarizado en buena medida, como pasa con una gran masa de profesionales nacionales por cierto). Hacen lo que pueden, lo que les enseñó una Academia que anda a los golpes, como anda todo el país, donde se puede llegar a vender títulos por ejemplo.

¿Qué debe hacer un psicólogo en la actualidad? La pregunta es demasiado ambiciosa formulada así; o incluso: mal planteada. En cuanto a lo específicamente técnico quizá está faltando profundizar aspectos de la formación profesional. ¿Por qué todavía se hacen tests? ¿Por qué se estudia tan poco clínica psicoanalítica u otras técnicas psicoterapéuticas? ¿Por qué hay tanta presencia de autores estadounidenses en la curricula? (pública y privadas). ¿Por qué hay poca preparación en aspectos sociales, básicos para entender la realidad en que se mueven los profesionales ya graduados? ¿Por qué no se estudia semiótica como parte de la formación psicológica? ¿Por qué la academia y los profesionales de las Ciencias Sociales y de la Salud no se involucran en los procesos sociales de cambio, como por ejemplo, la lucha de la sociedad civil organizada en contra de la crisis de institucionalidad democrática en el país, generada por la imperante impunidad? ¿Cómo leer la interminable elección de autoridades de Psicología, plagada de tantas irregularidades, en la Universidad San Carlos? ¿Qué significa que el gremio esté dividido en dos colegios profesionales?

En cuanto al perfil político-ideológico de los psicólogos, la historia de estas últimas tres o cuatro décadas responde la situación actual: si en términos generales hay cierta apatía por los programas comunitarios, por la práctica social de la profesión, por las campañas de salud pública, tantos muertos y desaparecidos de los años recientes permiten entender lo que sucede hoy.

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